El dolor puede ser una forma de estrés en el cuerpo. La exposición a su influencia expone constantemente al cuerpo a altos niveles persistentes y nocivos de hormonas, como el cortisol y la adrenalina, que se liberan en la circulación y causan efectos cardiovasculares adversos.
Además, las personas con dolor crónico suelen experimentar limitaciones en su capacidad para hacer ejercicio o realizar actividades físicas, lo que puede conducir a un estilo de vida más sedentario. La falta de actividad regular está relacionada con factores de riesgo de enfermedades cardíacas, como obesidad, diabetes, colesterol alto y presión arterial alta.
El dolor crónico también está relacionado con la inflamación continua del cuerpo, lo que contribuye al desarrollo de aterosclerosis (acumulación de placa en las arterias), una afección que provoca infarto de miocardio y accidente cerebrovascular.
El dolor persistente también puede afectar el sistema nervioso autónomo, que es responsable de las acciones involuntarias del cuerpo, incluida la regulación del ritmo cardíaco y la presión arterial. Cuando este sistema es estimulado por señales de dolor, la frecuencia cardíaca y la presión tienden a aumentar.
Finalmente, existe la posibilidad de que algunos medicamentos, especialmente analgésicos y antiinflamatorios, puedan estar causando el problema. Por lo tanto, es fundamental que los medicamentos no se utilicen al azar, sino únicamente según el consejo médico.
Hay una salida
Aunque la Organización Mundial de la Salud reconoce el dolor crónico como una enfermedad, cualquiera que viva con un dolor persistente conoce la magnitud del desafío y los reveses que enfrenta. Muchos tienen que lidiar con prejuicios, desinformación e incredulidad de familiares, amigos, compañeros de trabajo e incluso profesionales de la salud.
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